domingo, 7 de agosto de 2011

ACCIÓN DE GRACIAS

Monasterio de la Transfiguración del Señor. 
Vi la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo engalanada como una novia que se adorna para su Esposo. Tal vez alguien pueda pensar que exagero. Seguramente, si se para a mirar esa vieja edificación que con cerca ya de setenta años y con amenaza de demolición para ampliar la calle adyacente, pero que aún hoy, nos sirve de iglesia, museo y lugar de reuniones. Si se para a mirar ese grupo no excesivamente numeroso de personas que nos encontramos para celebrar la Fiesta de la Transfiguración en el Monasterio que lleva su nombre, y que para nosotros era Solemnidad. Como diría s. Pablo, no había allí muchos aristócratas, ni sabios en lo humano, ni poderosos (1 Cor. 1, 26). Sí, Dios ha escogido lo débil, lo pobre, lo que no cuenta, para mostrar que la gloria es suya, que la obra es suya.

Dos sacerdotes, uno de ellos el Delegado Episcopal para la Vida Contemplativa, que hacía presente a nuestro Obispo, tres religiosas de la Consolación, una del Sagrado Corazón, Focolares, Renovación Carismática Católica, un matrimonio de estudiantes colombianos de la UJI, familiares, amigos y laicos de la Comunión de la Paz, con las cuatro monjas de la Fraternidad Monástica de la Paz. Una representación de la riqueza y unidad en la diversidad de la Iglesia que el Señor nos ha regalado como elemento fundamental de nuestra vida.
Fue una gozada la celebración litúrgica. Con nuestra pobreza de medios, pero ofreciendo la alabanza a la Trinidad, cuyo icono presidía, acompañados por Sta. María de la Paz, viviendo una aproximación a la experiencia de aquellos tres apóstoles que, muertos de sueño, tenían que creer estar viendo visiones. También nosotros experimentamos las palabras del salmo, contempladlo y quedaréis radiantes (Sal. 34, 6). Lo experimentamos cada día, cuando alguien llega al Monasterio y, una y otra vez, se vuelve a producir el prodigio: es Dios quien acoge a los que El llama, quien ofrece lo que el hermano necesita, quien provee lo necesario para nuestra vida. Es Dios quien transfigura los ojos de nuestros corazones para que podamos ver más allá de lo que ven los ojos y descubrir su presencia en lo cotidiano, en lo habitual; para que podamos experimentar que sólo Dios basta, como diría Sta. Teresa de Jesús. Y no porque no necesitemos de nada ni nadie más, porque nos volvamos autosuficientes o individualistas. Más bien todo lo contrario: porque con El lo tenemos todo y a todos.

Experimentábamos así la presencia de toda la Iglesia. De pronto, aquella pequeña terraza en que tuvo lugar la celebración, parecía crecer hasta el infinito para acoger al Rey del Universo, que se nos hacía presente en un poco de pan y vino y a través de su Palabra, y para acoger a todos nuestros hermanos, los de cerca, los de lejos, a quienes El nos hace presentes.

Desde aquí, simplemente agradeceros vuestra presencia a los que estuvisteis y a los que os unisteis a nuestra acción de gracias al Señor por este pequeño oasis en medio de la ciudad de Castellón.
Castellón, 7 de agosto de 2011

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